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La Verdad se hace cargo del crimen

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 3 de mayo de 2018


La Ciencia Cristiana enseña que hay una sola Mente, el bien infinito, y que no existe poder aparte de esta Mente. También enseña que el hombre, ya sea individual o colectivamente, es el reflejo de esta Mente. Declara que solo esta Mente hizo el universo y lo controla. La Ciencia Cristiana también revela que las creencias falsas del pensamiento humano son errores que la Verdad desenmascara y destruye. Dice la verdad acerca del error, y demuestra que el error es nada porque es un poder hipotético que se opone a Dios. Al hacer esto la Ciencia Cristiana sigue las enseñanzas de Jesús, capacitando a sus seguidores para que comprendan sus dichos, repitan sus poderosas obras y lleguen a su resurrección.

La Sra. Eddy ha escrito que para probar científicamente la irrealidad del mal, primero debemos ver la pretensión del pecado y eliminarlo de inmediato. Al reflexionar sobre este importante asunto, recurramos a las palabras de Jesús, que nunca fue víctima del mal, sino que superó el error en todas sus formas. En los capítulos octavo y décimo del Evangelio de Juan, Jesús dice que el mal es mentiroso, ladrón y homicida. Estos términos lo marcan como criminal. En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, página 105, nuestra Guía afirma que la mente mortal “es el criminal en todos los casos”.

Fases de la creencia que parecen estar incluidas en el término “criminalidad” están tramando, desarrollando el plan malévolo y escapando de la justicia, mientras acusan al inocente del crimen. El error desde el comienzo ha declarado su inocencia y ha tratado de imputar a Dios la apariencia del mentiroso y del asesino. Pero el error no puede escapar de la justicia divina, porque tiene la marca de la bestia en su frente. Esta marca no puede borrarse ni ser transferida a la divinidad. El pecador es la mente mortal, y no podemos eliminar las señales de Dios.

Los términos “invasión” y “transgresión” también están asociados con la palabra “crimen”. Transgredir implica invadir “la presencia, privilegios, derechos o cosas semejantes de otra persona”, mientras que invasión puede definirse como “entrar con una fuerza armada con intención hostil”. ¿Acaso no se aplican estas definiciones al pecado y a la enfermedad en todas sus formas?

Todo intento de invadir la consciencia de otra persona mediante el temor, el pecado, el desaliento o cualquier otra creencia maligna, es un crimen de transgresión mental. Esto se evita al saber que la consciencia real mora con la Mente divina, donde el error nunca entra. La constante actividad del bien en la consciencia no deja oportunidad alguna para que el error more en ella. A medida que se discierne claramente que la mente carnal es nada, se prueba que sus alegatos en forma de sugestión mental agresiva y magnetismo animal malicioso carecen de poder. Esto realmente está ocurriendo en la experiencia de todo aquel que aplica honestamente las enseñanzas de la Ciencia Cristiana en su vida diaria.

Puede decirse que toda pretensión del error de que tiene poder se clasifica bajo el título de crimen. En todos los casos el crimen es la negación de la totalidad del Espíritu, y el sufrimiento que esto trae a todo aquel que abriga la mentira. Ninguna comunidad que encubre a un criminal está a salvo. ¿Ampararíamos a un asesino en nuestra casa? Entonces, ¡cuánto más deberíamos negar lugar alguno en nuestra consciencia a un pensamiento destructivo y agresivo!

Nuestra Guía nos advierte que debemos ser vigilantes para no abrigar creencias falsas, tal como haríamos al tomar precauciones para que no se acerquen asesinos y ladrones. Cuando el que piensa y obra correctamente tiene alguna preocupación en el pensamiento o en el cuerpo, permitamos que despierte para manejar el error que pretende estar presente en las etapas preliminares del crimen, y sepa que la omnipresencia y omniacción de la ley divina jamás permite que exista error alguno en ninguna forma, ni que entre en el dominio de la infinitud, el cual pertenece a Dios.

A veces escuchamos el comentario “¡Es un crimen!” al hacer referencia a una persona encantadora que sufre de una enfermedad incurable. Eso es justamente lo que es, un crimen, en el cual se hace que el inocente sufra y el perpetrador salga libre. Si el caso se manejara desde este ángulo, la mente carnal sería arrestada y entregada a la justicia divina, se detendría el crimen y el sufriente sería liberado. La enfermedad, el pecado, la pobreza, la vejez y la muerte son los crímenes de la mente mortal. Toda afirmación de que hay vida, sustancia e inteligencia en la materia es un pecado contra Dios y la humanidad. Solo puede disponerse permanentemente de esas pretensiones mediante la operación de la ley divina en la consciencia humana.

Todos los esfuerzos realizados a lo largo de los siglos para erradicar el crimen castigando y destruyendo a las personas, no ha terminado con la maldad. ¿No es entonces razonable suponer que otra cosa es el criminal, que otra cosa es el mentiroso, el ladrón, el adúltero o el asesino? ¿Cómo es posible que la justicia cristiana haya perdido de vista de tal manera la suprema declaración de Jesús de que la mente mortal, “el hombre fuerte”, es la que debe ser atada? Puesto que la mente mortal es la que hace las maldades, las creencias falsas son siempre el medio mediante el cual se comete el pecado. Entonces, eliminemos las creencias falsas en lugar de condenar a las personas o grupos de personas.

Cuando comprendemos claramente estas cosas, dejamos de considerarnos enemigos unos a otros. Ya no pensamos que debemos librarnos de personas o grupos que parecen amenazar la armonía. Nos abstenemos de temer a nuestros semejantes y no parecemos peligrosos para ellos. Todos los hombres percibirán más claramente que el único agresor que existe es la mente mortal, y que es una ilusión. Entonces sus hipotéticos actos de transgresión, invasión, engaño y destrucción nunca más tendrán poder para provocar daños, y ya no parecerá que ocurren. De ese modo el error finalmente se volverá a su nada nativa a medida que la humanidad ceda al reino de la Verdad.

Puesto que el mal es irreal, no tiene poder o presencia, no tiene agente mediante el cual entrar en nuestra experiencia o robarnos de nada que nos haya venido a través de la obediencia a Dios. No tiene poder para transgredir nuestro derecho de demostrar continuamente el bien, expulsarnos de nuestra posición de ser el constante desenvolvimiento espiritual, o tomar posesión de alguna cosa que por derecho nos sirva o nos pertenezca. Recordemos con frecuencia que nuestra comprensión espiritual, nuestra habilidad para usarla y los resultados divinos que provienen de ella, están “en el lugar secreto del Altísimo”, a salvo “bajo la sombra del Omnipotente” (Salmos 91:1, según versión King James), y perdurarán más allá del fin de todo error y por toda la eternidad. Aquello que es criminal es temporal. Aquello que es espiritual es indestructible. Por lo tanto, la travesía humana que está aliada con la comprensión espiritual es segura, libre, constante, progresiva, victoriosa.

El hecho de que el crimen parezca prevalecer tanto hoy en día, puede deberse a que la Ciencia Cristiana está poniendo al descubierto que el criminal es la naturaleza elemental de la llamada mente mortal. Nuestra Guía escribe en Ciencia y Salud que “los telares del crimen” del pensamiento mortal están tejiendo redes de error “más complicadas y sutiles” en estos últimos tiempos (pág. 102); pero estas son meramente las telarañas de la ilusión, que carecen de poder para obtener, mantener o amarrar el pensamiento equipado de entendimiento espiritual que está alerta sabiendo que los sentidos materiales son nada. La Sra. Eddy dice que la Verdad barrerá “la telaraña de la ilusión mortal” (ibid., pág. 403). La “telaraña” es la debilidad misma. No forma parte de aquello sobre lo que se apoya. Está adherida solo por las hebras más delgadas, que el viento fácilmente rompe; y la telaraña se va flotando, para nunca regresar. La acción de la ley de Dios rompe las hebras de la creencia falsa y el error desaparece.

Cuando la Ciencia Cristiana revela el error, siempre muestra que es irreal y, por ende, no queda ningún temor por él. Hasta que la Verdad pone al descubierto todo error, este parece ser real. El error pretende ser tremendo, así que es bueno exponerlo totalmente porque entonces su mentira es silenciada mediante la comprensión de que hay una sola Mente, Dios, el bien infinito. El Amor divino pone esto al descubierto solo a medida que el pensamiento humano conoce la Verdad lo suficiente como para discernir la irrealidad del error y probarla. El Amor equipa a aquel que busca a Dios con suficiente comprensión espiritual como para demostrar la nada de la creencia falsa que se ha puesto al descubierto.

 Ahora recordemos la ilustración de la práctica de la Ciencia Cristiana que da la Sra. Eddy a partir de la página 430 de Ciencia y Salud, y a la que la nota marginal se refiere en el primer párrafo como “Un caso mental ante el tribunal”. Es el caso de un crimen, de “conspiración” falsa contra el “Hombre Mortal”, que la Ciencia Cristiana pone al descubierto y se hace cargo de la misma. En la primera parte del caso el inocente “Hombre Mortal” comparece ante el “Tribunal del Error”. Allí no hay defensa, y el “Juez Medicina” pronuncia una sentencia de muerte. Es entonces que la Ciencia Cristiana se hace cargo del caso y apela ante el “Tribunal del Espíritu”. Como abogado de la víctima y con la Biblia como “el código supremo”, la Ciencia Cristiana basa su petición de revocar la injusta sentencia del “Tribunal del Error”, en base a los hechos espirituales de la relación del hombre con Dios. La Ciencia Cristiana exige que se arreste al “Sentido Personal” bajo los cargos criminales de “perjurio, traición y conspiración contra los derechos y la vida del hombre”.

En este juicio la Ciencia Cristiana detecta, pone al descubierto y denuncia la sutileza, falsedad, injusticia e intención asesina del “Sentido Personal”. Repudia el testimonio de los sentidos, logra que se invierta el decreto del “Tribunal del Error” y la recomendación del Presidente del Tribunal de que “las Leyes Sanitarias, el Mesmerismo, el Hipnotismo, la Hechicería Oriental y la Magia Esotérica sean ejecutados públicamente”. El caso concluye con la liberación del “Hombre Mortal” y la restauración de su salud y libertad. Se ha hecho justicia, y todo lo que parecía que se le había quitado a la víctima inocente le es restaurado. La petición de la Ciencia Cristiana ha sanado al enfermo ante “el tribunal de la Verdad”. Esto podría considerarse cuidadosamente en todos los casos que se apele a la Ciencia Cristiana en busca de curación.

En el juicio de Jesús también, la criminalidad de la mente carnal es puesta al descubierto. Si Jesús hubiera tratado la situación como un ataque personal en el cual él debía reivindicarse, esto no se habría logrado, y él no hubiera tenido la oportunidad de probar que el mal no tenía poder alguno para hacerle daño. Jesús, en cambio, permitió que el mal se revelara a sí mismo en su naturaleza elemental como el hipotético antagonismo contra el bien. De ese modo demostró que no existe ese poder o realidad en la experiencia humana o la divina.

Desde el principio hasta el fin de la carrera de Jesús, pareció como que la mente carnal sería el destructor del emisario de Dios. El criminal no fue Herodes el Grande, que reinaba en el nacimiento de Jesús, o Herodes Antipas, que estaba en Jerusalén en la época del juicio de Jesús, o Pilato, o Caifás, o Judas. Tampoco lo eran los sacerdotes o la muchedumbre, porque Jesús no se defendió a sí mismo contra ninguno de ellos. Él incluso llamó a Judas “amigo”. Permitió que toda la creencia de la mente mortal se desatara contra él, a fin de que, al ponerla al descubierto, pudiera verse a sí misma y fuera destruida. Los ángeles que estaban cuidando de él durante su experiencia terrenal, no hicieron daño a los hombres que se pusieron en su contra, sino que liberaron a Jesús de las estocadas de la mortalidad y pusieron al descubierto que las pretensiones del mal para invadir su experiencia, alterar su camino o destruir su identidad, eran nada. Jesús se levantó triunfante de la tumba, y posteriormente ascendió a la plenitud de la Vida y el Amor infinitos.

Es esencial que todo Científico Cristiano mantenga todas estas cosas muy claras en el pensamiento. Debe recordar que ningún hombre es su enemigo, y que él no es enemigo de ningún hombre; que su contienda es con la creencia falsa no con las personas; que es la ley divina la que lo libera del mal; que su defensa está en manos de Dios; que él sobrevivirá todos los intentos del mal, y verá que la mortalidad cede a la divinidad; y que él también contemplará la realidad eterna del bien infinito.

A cada paso del camino hay ángeles, intuiciones espirituales, para guardar y guiar al verdadero Científico Cristiano. A veces lo esconden donde el sentido material no puede encontrarlo. Otras lo acompañan cuando se enfrenta cara a cara con las sugestiones del mal, y lo traen a través de la contienda sano y salvo. Nuevamente, llegan a él en oración silenciosa y elevan sus ojos para que vea las huestes del cielo aliadas con él. Y, finalmente, abren la tumba del sentido material para liberar al pensamiento aprisionado y abrir de par en par las puertas de la armonía eterna, por donde él puede entrar por ser leal seguidor de la Verdad.

El camino del Científico Cristiano no es peligroso, sino seguro. Él prueba a cada paso la irrealidad y la falta de poder del mal. No se transforma en la víctima del crimen mental, sino que demuestra la falsedad de la criminalidad, el crimen y el criminal, en todas sus experiencias. Descubre la presencia del cielo en todas partes, la totalidad de Dios, el bien. No se siente molesto en la travesía, porque no tiene que pelear contra una entidad maligna, sino que solo tiene que conocer a Dios, el bien omnipotente. Y a lo largo de la senda comprende y ama al Mostrador-del-camino y a nuestra Guía, porque ellos han trazado la ruta derecha y segura, han acortado la senda e iluminado cada pedacito del camino con la luz divina. No hay nada que pueda obstaculizar nuestro rápido progreso hacia el cielo.

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