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Una primera cita que cambió mi vida

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 4 de mayo de 2017

Publicado originalmente en jsh-online.com/teenconnect, el 23 de marzo de 2017.


No podía imaginar que conseguir un novio fuera a significar también convertirme en una científica cristiana. Pero eso es exactamente lo que sucedió. En nuestra primera cita, mi novio me llevó a la iglesia —una filial de la Primera Iglesia de Cristo, Científico. Y si me preguntaras por qué soy una científica cristiana hoy en día, volvería a pensar en mí misma como cuando tenía 18 años, estudiante de la Escuela Dominical por primera vez, y te contestaría con una sola palabra: Verdad.

Había sido criada en otra denominación cristiana y fui bautizada en la iglesia a la edad de 12 años. Sin embargo, a pesar de que asistía a los servicios regularmente, de alguna manera la idea de que las enseñanzas religiosas podían aplicarse a mi vida, realmente no se registró en mí. Aunque tengo muy buenos recuerdos de la iglesia, mi experiencia fue más cultural que de una profunda convicción. La iglesia era algo que era parte de mi vida los domingos, pero no tanto durante el resto de la semana.

Asistir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana fue una revelación.

Mi padre nos dejó cuando tenía siete años y mi madre tuvo que salir a trabajar, así que casi todos los días, tenía mucho tiempo para mí misma. Me gustaba entrar en nuestra huerta de peras y columpiarme de rama en rama, inventando historias. El problema era que, a veces esas historias se extendían a la vida real, lo que significa que entré en la mala costumbre de mentir. E incluso cuando me metía en problemas por ello, igual seguía haciéndolo.

Así que cuando empecé a asistir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y descubrí que Dios era Verdad —Guau, ¡Esa idea fue increíble para mí! Y aún más sorprendente fue el hecho de que tenía una relación con esta Verdad divina. Yo era el reflejo de la Verdad, lo que significa que debía haber sido creada honesta y veraz.

Por primera vez, realmente lo entendí. Supe que las mentiras que había estado diciendo todos esos años estaban mal, y que tenía que decir la verdad de ahora en adelante. Y hubo aún más. Me di cuenta de que no era ahora cuando me estaba convirtiendo en la “[hija] eres de [la] Verdad, / de puro corazón” (Emily F. Seal, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 382, traducción © CSBD). En cambio, siempre había sido la hija perfecta y honesta de la Verdad, lo que significaba que nunca había sido esa persona horrible que creía ser. Después de eso, la honestidad vino naturalmente, y me encantó saber que estaba expresando la Verdad cuando decía la verdad.

Asistir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana fue una revelación. Podía aprender todas estas cosas acerca de mí y de Dios. No sólo la doctrina religiosa, sino la verdad real, porque me di cuenta de que la Ciencia Cristiana explica la verdad del existir: lo que es Dios y lo que somos nosotros.

La Ciencia Cristiana me cimentó en una comprensión de mi identidad espiritual, y esto fue algo práctico: me llevó a la curación. Curaciones de indigestión, dolores de cabeza, alergias, tobillos débiles, costillas rotas, y muchos otros problemas. Al principio, no tenía idea de cómo estaba siendo curada, pero me encantó lo que me estaba pasando.

Convertirme en una científica cristiana me cambió en muchos sentidos: la forma en que pensaba acerca de mí misma y de todos los demás; la forma en que quería vivir mi vida; la forma en que quería comportarme en mis relaciones.

Me encantó explorar la declaración de Jesús: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32), porque ofrece semejante promesa. ¿Libres de qué? Quería libertad de todos mis viejos hábitos y maneras improductivas de pensar. ¿Y cuál era la verdad que me liberaría? La verdad acerca de Dios y el hombre, que tiene infinitas facetas en la Ciencia Cristiana.

Por ejemplo, aprendí que Dios era mi Padre. Puesto que mi padre se había ido cuando era tan joven, nunca sentí como si hubiera tenido un padre. Así que fue maravilloso darme cuenta de que en realidad nunca había estado sin un padre. Mi Padre divino siempre había estado allí, y siempre había estado protegida por la paternidad Dios. Mi madre y yo tampoco habíamos sido cercanas, así que descubrir que Dios era Madre también fue un gran alivio. Siempre había estado rodeada por la maternidad de Dios, y mi madre también.

Convertirme en una científica cristiana me cambió en muchos sentidos: la forma en que pensaba acerca de mí misma y de todos los demás; la forma en que quería vivir mi vida; la forma en que quería comportarme en mis relaciones. Y la Ciencia Cristiana me conectó con el hecho de que no sólo hacía lo correcto, sino que era correcta. Yo era la expresión de la Verdad, así que lo bueno y lo correcto que hacía, lo hacía por ser lo que yo era, no sólo porque “así se debe hacer”, o porque “las reglas lo dicen”.

Entonces, ¿por qué soy científica cristiana? Porque esto desbloqueó la verdad de mi ser, la verdad de la realidad. Y una vez que has visto la verdad, no quieres nada más.

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