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El pensamiento semejante al de un niño que nos lleva a la curación

Del número de octubre de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 3 de febrero de 2020 como original para la Web.


Hace unos años, pasé por una situación en la que mis perspectivas se volvieron más desoladoras de lo usual, y no parecía haber una forma obvia de superar el malestar mental que padecía.

Tenía a mano un remedio que conocía muy bien en las verdades espirituales de la Biblia y del libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras de Mary Baker Eddy, los cuales me habían traído muchas curaciones en las dos décadas en las que había estado estudiándolos. No obstante, durante este período me encontré leyendo superficialmente las palabras en lugar de asimilar las ideas. Teóricamente, comprendía que Dios es la Mente divina, que por ser la creación de Dios yo reflejo esta Mente eternamente llena de luz, y que, por lo tanto, esos pensamientos sombríos verdaderamente no eran míos. Sin embargo, en la práctica sentía que, aunque esos pensamientos negativos no me pertenecían, realmente parecían estar apoderándose de mí.

Un día, me sentí particularmente deprimido. Ni siquiera pude abrir los libros. Lo único que me sentí capaz de hacer fue llevar mis pensamientos lúgubres a caminar por un parque cercano. Lo crucé, sin casi notar nada excepto las verdes briznas de hierba debajo de mis pies. 

Repentinamente, sentí una mano pequeña en mi mano. Al levantar mis ojos del suelo, vi a mi sobrino de ocho años, quien sonreía con mucha alegría por este encuentro inesperado. En ese momento, esa inocente mirada en su rostro valió tanto como cualquier idea metafísica, y la oscuridad mental simplemente se disipó. No me liberé instantáneamente de la lucha más prolongada que tenía con la enfermedad, pero ese toque humano y esa dulce sonrisa restauraron mi paz y mi alegría ese día, y a partir de ese momento, nunca volví a caer a aquel nivel tan bajo. Me estaba elevando y saliendo del problema. El poder del pensamiento de un niño había transmitido un invalorable atisbo del amor de Dios y me había ayudado a regresar al buen camino.

 Hay muchas razones para que el pensamiento de un niño sea una transparencia que revela el amor de Dios: Su inocencia ilustra la naturaleza de la fortaleza espiritual; las infinitas posibilidades de crecer que presenta suscita la convicción de que podemos dejar lo viejo y abrazar lo nuevo; es un indicio de cuán natural es la bondad para todos nosotros, como hijos de Dios. Estos son silenciosos recordatorios de las ideas que embeben las páginas que no lograba leer aquel día, y me sentí muy agradecido por esta otra forma en que llegaron a mí y abrieron mi pensamiento a estas verdades.

Esta idea de que los niños pueden ser faros de luz que apuntan hacia nuestra verdadera existencia espiritual no es nueva. Cuando sus seguidores querían apartar a los niños de él, Cristo Jesús dijo: “Dejen que los niños vengan a mí. ¡No los detengan! Pues el reino del cielo pertenece a los que son como estos niños” (Mateo 19:14, NTV). Él usó un lenguaje similar en otra ocasión cuando tomó a un niño y lo puso como ejemplo para los adultos: “Les digo la verdad, a menos que se aparten de sus pecados y se vuelvan como niños, nunca entrarán en el reino del cielo” (18:3, NTV).

El reino de los cielos al que se refería Jesús no es un lugar en el más allá al que nosotros tal vez califiquemos o no para entrar, sino una consciencia como la del Cristo que todos podemos comenzar a experimentar ahora. Un glosario en Ciencia y Salud define Reino de los cielos como “el reino de la armonía en la Ciencia divina; el reino de la Mente infalible, eterna y omnipotente; la atmósfera del Espíritu, donde el Alma es suprema” (pág. 590). En otro libro, la autora de Ciencia y Salud expresa cómo los niños bien cuidados ejemplifican esa disposición celestial: “A los niños que no han sido mal enseñados, les es natural amar a Dios; pues son puros, afectuosos, y, por lo general, valientes. Las pasiones, los apetitos, el orgullo y el egoísmo tienen poco dominio sobre el pensamiento prístino y libre de prejuicios” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 240).

Esos últimos rasgos de carácter representan el opuesto del pensamiento de un niño, un infantilismo centrado en uno mismo al que podemos ser inducidos erróneamente a aceptar y trasladar a la edad adulta. Contrariamente a las cualidades espirituales tales como la responsabilidad, la diligencia y la abnegación, que verdaderamente promueven nuestro progreso, esas características nos dominan hasta el grado de no permitirnos cuestionar la consciencia material que nos define como interesados y sensuales. Esta es una conclusión falsa de la siempre obsoleta “mente carnal” (KJV), como la Biblia denomina a la mentalidad material que se opone a todo lo espiritual. Esta mentalidad no es natural para ninguno de nosotros a ninguna edad porque no somos nosotros, sino solo una mentira acerca de nosotros. Como hijos de Dios, manifestamos únicamente la forma de pensar de la Mente. Y siempre que la turbulencia de la forma de pensar materialista cede, aunque sea por un momento, a las corrientes, como las de un niño, “…de la verdadera espiritualidad” (véase Ciencia y Salud, pág. 99), es como volver al hogar, porque esta consciencia es nuestra verdadera residencia mental.

Espiritualmente hablando, esta residencia celestial es siempre lo único que nos pertenece, sin importar lo que la narrativa humana nos diga. De manera que podemos mantenernos firmes a favor de nuestro derecho divino de comprender, aceptar y expresar nuestra verdadera naturaleza como linaje inocente de Dios, el cual coexiste con Él en el Espíritu, no en la materia. También podemos mantener firme nuestra posición respecto a orar por nuestro deseo y capacidad de abrir la Biblia y Ciencia y Salud, leerlos con entendimiento, asimilar sus ideas siempre nuevas, y sentirnos cada vez más conscientemente cómodos con la filiación divina que los mismos revelan, es decir, la naturaleza del Cristo que Jesús probó que era la verdadera mentalidad de todos al curar enfermedades mentales y físicas.  

Al asumir una posición firme por mi derecho a leer, comprender y abrazar mi naturaleza espiritual, fui elevado más allá de los pensamientos sombríos que habían interpretado en mi cabeza una especie de temida canción que se repetía una y otra vez. La comprensión de que Dios es la Mente, y que reflejamos el brillo espiritual de la Mente, se volvió más real para mí. Comprendí que esos pensamientos sombríos no me pertenecían ni a mí ni a nadie, y reclamé y recuperé la paz y la alegría reflejadas de Dios que atestiguan nuestra verdadera existencia como Su linaje espiritual. 

Paso a paso, como en este caso, o más rápidamente, todos podemos ganar en pureza mental, afecto y valentía y ser menos influenciados por “las pasiones, los apetitos, el orgullo y el egoísmo”. Podemos probar que realmente somos el hijo por siempre amado de nuestro Padre-Madre divino. 

Tony Lobl
Redactor Adjunto

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