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El talento que sana

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 8 de febrero de 2018


Cuenta una fábula que una arañita quedó encerrada accidentalmente en la parte de atrás de un reloj pulsera. Parecía estar en una situación desesperada. Pero hizo la única cosa que puede hacer una araña: hiló una telaraña. Esto arruinó el mecanismo, y cuando abrieron el reloj para limpiarlo, la arañita quedó libre. Se liberó porque usó el talento especial que tiene una araña.

Nosotros también tenemos un talento. Todo el mundo lo tiene. Es el talento más poderoso que existe. No hay absolutamente nada que no pueda lograr. Pero es necesario desarrollarlo. Se trata del talento de amar.

El hombre tiene este talento porque fue creado por Dios, y porque Dios es el Amor mismo. Es tan natural para nosotros amar como para las arañas hilar telarañas. Un bebé ama cuando trata de agarrar las cuentas del collar que tienes alrededor del cuello y te sonríe. Un niño de escuela ama cuando comparte su comida con su perro. Los padres aman al pensar en el bienestar de sus hijos.

Sin embargo, el amor tiene alcances más profundos, y va mucho más allá. El amor puro es totalmente desinteresado, vitalmente inteligente, porque el Amor es también la Mente. A medida que desarrollamos más este amor desinteresado, descubrimos que sanamos espontáneamente.

Solo el amor desinteresado vivifica el tratamiento de la Ciencia Cristiana. La Sra. Eddy declara: “Mediante los argumentos verídicos que emplees, y especialmente por el espíritu de Verdad y Amor que abrigues, sanarás a los enfermos” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 418).

El amor desinteresado no tiene apego personal alguno. Es el reflejo de ese Amor divino que no reconoce otra cosa más que la totalidad del Amor; no reconoce pecado, tristeza, enfermedad ni muerte. Ese amor se expresa humanamente en dos niveles: el moral, o ético, y el espiritual.

 En el nivel moral, o ético, debemos tener suficiente amor desinteresado para responder tanto al pedido de ayuda expresado, como al que no se expresa, sin importar lo inconveniente que sea para nosotros mismos.

“Alguien me ha tocado” (Lucas 8:46), dijo Cristo Jesús, percibiendo la súplica de una mujer enferma entre la multitud que lo apretaba, cuando iba de camino a responder al llamado de Jairo para que sanara a su hija. Él respondió al llamado silencioso de la mujer desconocida antes de ir a atender lo que humanamente parecía ser un caso más urgente e importante.

Al actuar con amor desinteresado a un nivel moral y ético, el practicista visita los casos que necesita visitar, se esfuerza cuanto sea necesario, es cuidadoso en los tratamientos que da, es paciente con el impaciente. Mediante el Cristo este amor desinteresado trae el amor del Padre a la humanidad de formas que la humanidad puede apreciar.

Pero ¿qué podemos decir del amor desinteresado a un nivel más profundo, más espiritual? Al orar por sus discípulos, Jesús dijo: “Por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad” (Juan 17:19). La Sra. Eddy señala la necesidad de tener una abnegación similar: “El verdadero entendimiento de la curación por la Mente, según la Ciencia Cristiana, nunca tuvo su origen en el orgullo, la rivalidad o la deificación propia”. Y luego agrega: “Los métodos del cristianismo no han cambiado. La mansedumbre, la abnegación y el amor son las sendas de Su testimonio y los pasos de Su rebaño” (Rudimentos de la Ciencia Divina, pág. 17).

¿Oramos para expresar amor lo suficiente como para seguir estas directrices? Las mismas pueden mostrarnos el camino, pero nosotros debemos caminar por él. El Amor nos hace profundas y continuas demandas para que desarrollemos este talento hasta que podamos sanar. Al ceder a estas demandas, sentimos la insuperable recompensa de la bendición del Padre.

Amar así es ahondar profundamente en la metafísica divina de la Ciencia Cristiana, explorar la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy, seguirla a ella en su descubrimiento y unirnos en el amor y la gratitud que ella expresa en estas líneas de su poema “El nuevo siglo”:

¡Dios mío! Cuán grande y bueno eres
para el dolorido corazón de la humanidad sanar;
sondeas la herida, el bálsamo viertes:
Una vida perfecta, tranquila y fuerte. (Poems, pág. 22)

Amar es abandonar, a cualquier precio y por más esfuerzo que se requiera, todo aquello que en nosotros es desemejante al Cristo sanador, y reclamar nuestra verdadera identidad semejante al Cristo, por mucho que el diablo parezca mofarse de nuestros esfuerzos y frustrarlos. Esa clase de amor sana. Nos sana a nosotros mismos y a otros.

El amor desinteresado que le manifestamos a un paciente nos capacita para discernir su necesidad. Su necesidad puede no siempre ser lo que parece ser. El paciente mismo puede que no siempre esté consciente de su propia necesidad.

 Una noche, una practicista recibió la llamada de un joven que estaba muy atemorizado y cuya esposa había enfermado repentinamente, y perdido el uso de sus miembros. La practicista ya estaba ocupada con un trabajo muy apremiante, y como la pareja vivía lejos, le sugirió que solicitara ayuda localmente. Ellos no podían hacer esto, y fue en ese momento que la practicista se dio cuenta de que amar no tiene límites. Y gustosamente aceptó el caso.

Empezó negando los síntomas físicos y reemplazándolos por el concepto perfecto de la actividad espiritual de todas las ideas de Dios. Pero a medida que su amor se fue profundizando, ella tomó consciencia de cuál era la verdadera necesidad. Recordó que siempre que este joven le escribía le decía que su esposa era un gran apoyo para él. Con un destello de iluminación se le ocurrió que un apoyo es aquello que tiene que soportar el peso de otro, y podría con el tiempo derrumbarse por la tensión. Al buscar lo opuesto —la verdad de la situación— percibió que se encontraba en la idea de compañerismo.

Ella oró hasta muy adentrada la noche para establecer en su propio pensamiento el bello hecho espiritual de que los hijos de Dios, por estar al mismo nivel de igualdad, forman parte de un compañerismo. Por la mañana, no se sorprendió, aunque se sentía humildemente agradecida, al enterarse de que la joven esposa estaba bien y realizando sus actividades normales.

A medida que desarrollamos nuestro talento de sentir amor desinteresado, el discernimiento espiritual se vuelve más agudo, y la curación más certera.

El amor desinteresado nunca culpa al paciente por la falta de curación. Nunca argumenta que el paciente es desagradecido, sino que se aboca a reconocer que no existe la ingratitud.

El amor desinteresado nunca se ufana de su obra sanadora ni sufre porque su orgullo fue herido o por el desaliento, si la curación no se manifiesta rápido. Nunca impone ni asesora ni exige. Por otro lado, no tiene temor de arriesgarse a que alguien se moleste por hacer oportunamente una advertencia al paciente. Este amor "sondeará la herida" y "verterá el bálsamo", no de una forma personal que pueda herir, sino reflejando al Amor que es Dios.

Podemos tomar este preciado talento —este talento de amar que el Amor divino nos otorga a cada uno de nosotros— y desarrollarlo hasta nuestra máxima comprensión espiritual. Y con afectuosa expectativa podemos confiar en que la comprensión espiritual se irá profundizando cada día que pase.

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