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Para jóvenes

Encontré a “mi gente” mediante la oración

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 12 de abril de 2021


Me sentía sin amigos y sola. Era el verano antes de mi tercer año del bachillerato, y a medida que se acercaba septiembre, no sabía con quién iba a sentarme en el almuerzo, hablar entre clases o a quiénes llamaría mis amigos.  

Durante los primeros dos años, me había esforzado por tener amistades estables y duraderas. Era amable con muchos de mis compañeros de clase, pero realmente no me conectaba ni me comunicaba con ellos fuera de la escuela. Y varias veces, cuando me había hecho buena amiga de otras chicas, la amistad terminaba porque nuestros intereses discrepaban. Durante mi segundo año, una amiga me dijo de la mejor manera que yo no era “muy divertida”. Ella quería ir a fiestas, y también sabía que yo no quería beber alcohol. Así que encontró a otras compañeras con quienes pasar el tiempo. 

Yo quería un grupo unido de amigas con las que pudiera ser yo misma. Quería sentirme amada, no rechazada.

Había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana que Dios es Amor. Para mí esto era un recordatorio de que yo estaba hecha para sentirme amada, no sola. Así que tomé la decisión de recurrir a la oración para sanar la situación. Siempre he confiado en la oración para encontrar soluciones, y sabía que aprender más acerca de Dios y mi relación con el Amor, podía sanar cualquier problema. 

Una amiga de la familia nos habló de un artículo en el Christian Science Sentinel llamado “You are dearly loved” [Tú eres muy amado] (Laura B. Haddock, 1° de septiembre de 2013), que la había ayudado cuando era adolescente. El mismo cambió mi vida. Encontré consuelo en su mensaje de que todos somos siempre amados porque Dios nos ama. Un pensamiento que me ayudó especialmente fue el siguiente: “La Ciencia Cristiana ha demostrado en innumerables instancias que es perfectamente posible no sólo recurrir a Dios por el amor que necesitamos, sino encontrarlo. Él realmente siente un amor infinito por nosotros”. Me aseguró que nunca estaba fuera del cuidado de Dios. Cada vez que me sintiera perdida o no amada, podía saber que Dios me estaba amando en ese momento y que podía sentir Su amor de maneras tangibles en mi vida. También me tranquilizó la explicación de la autora de que podemos “insistir en comprender [ese amor] hasta que mejore... todas nuestras amistades”, y que esta comprensión eliminará “todo sentimiento de que nadie nos ama, que somos desagradables, estamos desamparados o solos”.

Pronto, las ideas con las que había estado orando se arraigaron sólidamente en mi pensamiento; eran reales para mí. Verdaderamente empecé a sentir el amor de Dios. 

Entonces, inesperadamente, una chica de mi grado me envió un mensaje de texto y me pidió que pasara un rato con ella. En pocas semanas, me había presentado a su grupo de amigos, y yo había encontrado a mi gente. Todos practicaban deportes, no bebían y les importaba mucho la escuela. Me sentí amada y apreciada. 

Cuando comenzaron las clases, resultó que hasta nos pusieron en el mismo salón. El año anterior habían pedido estar juntos, y pareció que me habían colocado allí por casualidad. Pero yo estaba segura de que era una prueba más de que estos amigos eran una expresión del amor de Dios por mí.

Aunque parecía que estas nuevas amistades habían salido de la nada, yo sabía que el amor que representaban siempre había estado ahí porque Dios es su fuente. Solo tenía que apartarme de la mentira de que estaba sola y sin amor. Necesitaba afirmar activamente que el amor de Dios realmente está siempre presente. Ahora sé que nunca más tendré que preocuparme por encontrar amigos, porque siempre puedo insistir en comprender que el amor de Dios estará ahí para siempre.  

¡En verdad, todos somos muy amados y podemos probarlo!

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