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"La canción de la Ciencia Cristiana"

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 5 de diciembre de 2017


¿Has pensado alguna vez en lo alegre que es una canción? Mary Baker Eddy, la amada Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribe en su Mensaje a La Iglesia Madre para el año 1900 (pág. 2): “La canción de la Ciencia Cristiana es: Trabajad — trabajad — trabajad — velad y orad". Ella no dice: “Afánate — afánate — afánate — preocúpate y ten miedo”, sino “trabaja”. Y nos dice que este trabajo es una canción, no una experiencia sofocante, frustrante y agotadora sino una canción, un reconocimiento de la omnipresencia, la omnipotencia y la omnisciencia de Dios, tan alegre, fuerte y puro, que coincide con la revelación y resulta en demostración.

A medida que contemplamos las oportunidades y tareas que Dios nos da como Científicos Cristianos, preguntémonos qué significa realmente ser Científico Cristiano. Verdaderamente, no hay un llamado más importante. No es suficiente ser un hombre de negocios, una esposa, una madre, un músico, o un abogado que es Científico Cristiano. La demanda del Principio es que seamos primero y ante todo un Científico Cristiano, un Científico Cristiano que es un hombre de negocios, una esposa, una madre, y así sucesivamente. ¡Y hay una diferencia enorme! La Ciencia Cristiana no puede tener un segundo lugar en nuestra vida. Ser Científico Cristiano las veinticuatro horas del día es una carrera de tiempo completo, y traerá reconocimiento y éxito en todos los aspectos de nuestra vida. Pero no hay atajos. Todo lo que hacemos debe ser para glorificar a Dios, no para complacernos a nosotros mismos.

Ser Científico Cristiano brinda una maravillosa prudencia, un rápido discernimiento. Requiere de nosotros que reconozcamos los móviles verdaderos y rechacemos los errados. El verdadero Científico Cristiano hace que cada situación sea una oportunidad para demostrar la Ciencia Cristiana, probar la totalidad del bien y la nada del mal.

Hoy en día, parecería haber mayor resistencia a la espiritualidad en el mundo, de la que ha habido hasta ahora. El error odia más, al sentir la presencia de la Verdad. Pero el Científico Cristiano no tiene miedo. Él demuestra conocimiento de sí mismo, conocimiento de su verdadera individualidad a imagen de Dios, así como un conocimiento de aquello que en su sentido humano del yo necesita ser corregido o eliminado. Y acepta cada desafío como una oportunidad para glorificar a Dios, a medida que hace su demostración sobre el pecado, la enfermedad y la muerte para sí mismo y para el mundo.

La demanda de esta hora es que nos dediquemos a comprender más profundamente la Ciencia Cristiana. Apenas hemos comenzado a tocar la vastedad de la Verdad que contienen nuestros libros de texto, la Biblia y Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por la Sra. Eddy, y sus otras obras. Hasta la más pequeña desviación del Principio es apartarse de la Ciencia. Por lo tanto, debemos ir hasta el manantial puro mediante estos libros de texto, y con humildad, gratitud y amor orar con ellos, escudriñarlos, asimilarlos.

Las ideas espirituales se desenvuelven constantemente. La comprensión espiritual nunca es estereotipada. No podemos aferrarnos a los puntos de vista limitados y preconcebidos de la Ciencia, sino que debemos permitir que la Verdad se revele con creciente grandeza y poder en nuestra consciencia. Sin embargo, debemos recordar, que la comprensión precisa no se obtiene de los documentos o publicaciones ilegítimas, cualquiera sea su fuente, que pretenden tener una revelación más elevada de la que se encuentra en los escritos publicados de nuestra Guía en sus últimas ediciones. La revelación divina que contienen estos escritos es completa y final. El Maestro advirtió que el camino es estrecho y angosto. Realmente, “la canción de la Ciencia Cristiana es: ‘Trabajad — trabajad — trabajad — velad y orad’". Pero sosteniendo y acompañando esta canción están las gloriosas armonías, las profundidades y concordancias de la existencia espiritual.

El Apóstol Pedro describió el llamado de un Científico Cristiano cuando dijo: “Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9).

La Sra. Eddy con su sabiduría define tanto la forma errada como la correcta de practicar la Ciencia Cristiana. Si ella hubiera dejado su gran descubrimiento meramente en términos de la Verdad absoluta sin poner al descubierto el error que está engañando a la humanidad y no nos hubiera mostrado cómo superarlo, su obra habría sido incompleta, y el movimiento que ella fundó no podría haber perdurado. Ella nos capacita para reconocer las sugestiones agresivas del mal y defendernos de ellas, sugestiones que trabajan tan sutilmente que a veces parecen ser nuestro propio pensamiento.

A fin de detectar y manejar la mala práctica es necesario comprender la verdadera práctica. La práctica correcta se basa en la comprensión y utilización de la ley divina, mediante la cual se demuestran la presencia, el poder y la totalidad de la Mente única, Dios. En la práctica correcta no existen dos poderes, la materia y la Mente, sino uno solo, la Mente.

En Escritos Misceláneos, la Sra. Eddy dice: “Por muy diligentemente que velen los Científicos Cristianos, por muy cuidadosamente que cierren sus puertas, o por muy fervientemente que oren a Dios para ser liberados de las pretensiones del mal, nunca lo harán con demasiada diligencia. Obrando así, los Científicos Cristianos acallarán las sugestiones malignas, descubrirán sus métodos y pondrán fin a la influencia oculta que tienen sobre la vida de los mortales” (pág. 114). Trabajando, vigilando y orando en humildad y amor, debemos desarraigar lo falso y aferrarnos firmemente a aquello que es bueno. No es suficiente hacer esto ocasionalmente. Debe hacerse a diario. El Salmista dijo: “Pero de día mandará Jehová su misericordia, y de noche [en las horas más oscuras] su cántico estará conmigo” (42:8).

Jesús enfrentó y venció las mismas fuerzas engañosas del mal que nos tientan a nosotros, y nos dejó su ejemplo como guía. Mateo indica que tan pronto emergió de su bautismo —aquella maravillosa experiencia que confirmó su filiación divina— la mente mortal lo llevó al desierto. Durante cuarenta días y cuarenta noches Jesús ayunó, es decir, rechazó el testimonio de los sentidos materiales. Tres veces el diablo lo tentó. La primera sugestión fue: Si eres el Hijo de Dios, usa tu poder espiritual para satisfacer los sentidos. Pero Jesús rechazó esa idea.

La segunda sugestión fue: Si eres el Hijo de Dios, muestra tu poder espiritual materialmente de una forma espectacular. Pero Jesús rechazó esa idea. La tercera sugestión agresiva fue: Tú tienes todo este poder; úsalo para engrandecerte. Esta vez, Jesús ya no argumentó con el error; al instante, lo hechó fuera con este mandado: “Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás” (Mateo 4:10). Entonces “vinieron ángeles y le servían”. Ni una sola vez fue engañado para que aceptara cualquiera de estas sugestiones como si fueran su propio pensamiento. Es por esa razón que él no cedió a la tentación.

Lucas relata que, en una ocasión, mientras enseñaba en la sinagoga, Jesús señaló que su ministerio era el Mesías prometido. Entonces los que lo escuchaban se levantaron y lo empujaron con fuerza fuera de la ciudad, con la intención de arrojarlo de cabeza desde la cima de un cerro. Pero como él era vigilante y oraba habitualmente estaba tan identificado con la espiritualidad, que ellos ni siquiera pudieron verlo, y Jesús pasó entre medio de ellos, y se fue.

En otra ocasión, quisieron hacerlo rey por la fuerza. Pero la popularidad no engañaba a Jesús. Él se fue solo a una montaña. Eso es lo que nosotros debemos hacer. Con frecuencia, después de una curación espectacular o de algún ataque furioso de la mente mortal, él se iba solo a la montaña a orar. Esta era su protección y la protección de su trabajo. Jesús siempre protegía su labor.

En la espantosa experiencia de la decapitación de Juan el Bautista, Mateo nos dice que cuando Jesús se enteró, se fue a un lugar desolado. Pero las multitudes lo siguieron, y allí y en ese momento sanó a los enfermos y alimentó a cinco mil personas. Luego despidió a las multitudes y a sus discípulos, y nuevamente se fue a la montaña a orar. Estas ocasiones, y muchas otras, ilustran que Jesús manejaba el mal, o magnetismo animal, en lugar de permitir que el mal lo manejara a él. Jesús siempre trabajó, vigiló y oró. La oración era su protección.

Nuestra amada Guía hacía lo mismo. A través de sus biografías aprendemos de los numerosos ataques del mal, de las muchas vicisitudes por las que tuvo que pasar para establecer la Causa de la Ciencia Cristiana y darnos la revelación. Al referirse a uno de los desafíos más severos, ella señaló la bendición que traía. ¡Dios quiera que todos tengamos la gracia de ver en cada ataque del magnetismo animal tan solo una bendición!

 Para poder reclamar la bendición, nuestro pensamiento debe ser tan espiritual y puro como el de ella. La flecha mental es inofensiva, a menos que nuestro pensamiento la llene de púas. Entonces al manejar el magnetismo animal debemos comenzar con nosotros mismos. Esto debe comenzar con una humildad, así como con una perspicacia espiritual, que no solo esté dispuesta a discernir y a echar fuera el error en nuestro propio pensamiento, sino que realmente lo haga. En tanto que la materia, el mal y el temor sean reales para nosotros, en tanto que la ambición humana, el beneficio personal, el dominio personal, el odio, la sensualidad, la rivalidad y el amor propio sean reales para nosotros, estamos respondiendo al magnetismo animal, no lo estamos venciendo.

Era la espiritualidad pura del pensamiento del Maestro lo que lo protegía y hacía que triunfara. Era el amor espiritual desinteresado de su leal seguidora, nuestra amada Guía, lo que la capacitaba para mantenerse firme y triunfar. La incesante oración de ellos dos era: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).

Los Científicos Cristianos son las únicas personas en el mundo que saben cómo manejar el mal, cómo reducirlo a nada. Y el magnetismo animal está constantemente haciendo el esfuerzo de hacerlos olvidar esto, de dormirlos, y hacer que manejen el error con armas mundanas. No podemos vencer el mal, ya sea en nuestros asuntos personales, en las situaciones mundiales o en nuestras iglesias filiales, recurriendo a garrotes y piedras. El Científico Cristiano vence el mal mediante la oración.

El error no siempre se enfrenta con la primera negación. Debemos orar a diario por nosotros mismos. ¿Cómo? Ante todo, tomándonos el tiempo para estudiar en silencio y oración. Si realmente queremos hacerlo, nos tomaremos el tiempo necesario, y luego veremos que hemos organizado nuestra vida tan claramente, que tenemos el tiempo suficiente para hacer todo.

Al orar por nosotros mismos, necesitamos reflexionar profunda y seriamente sobre qué es Dios. Debemos aprender a conocerlo, amarlo y reconocer nuestra unidad con Él. Debemos declarar con firmeza la naturaleza espiritual de nuestra existencia. Entonces detectaremos y reconoceremos que toda sugestión mental agresiva que trate de argumentar con nosotros es totalmente falsa, ya sea que hable de desempleo, desaliento, escasez, soledad, condena de nosotros mismos o de otros; ya sea sensualidad, lujuria, enfermedad o temor de la muerte; cualesquiera de las innumerables mentiras de que hay vida en la materia. Debemos crecer espiritualmente al punto donde el pensamiento se vuelva naturalmente a Dios y habite en Él; cuando despertamos por la noche, cuando realizamos nuestras actividades durante el día.

Nuestro trabajo metafísico diario nunca debe transformarse en una fórmula. Las ideas espirituales que se van desenvolviendo son activas y frescas. Hemos visto que Jesús continuamente se apartaba para orar; la Sra. Eddy hacía lo mismo y el trabajo de curación que ellos realizaban era instantáneo. Nosotros tenemos que hacer lo mismo. La espiritualidad no es secundaria. Exige que sacrifiquemos algo por ella. La actual debilidad de nuestra demostración de la Ciencia Cristiana demuestra cuán inmenso es el crecimiento espiritual que debe producirse en nuestro pensamiento.

Un punto sobre el cual insiste la Sra. Eddy se encuentra en la página 146 de La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea. Ella dice: "Los Científicos Cristianos sostienen como punto vital que las creencias de los mortales inclinan la balanza del ser, moral y físicamente, ya sea en la dirección correcta o en la incorrecta. Por lo tanto, un Científico Cristiano nunca opta, ni mental ni audiblemente, por el pecado, la enfermedad o la muerte”. Ella continúa diciendo: “Pone todo el peso de su pensamiento, palabra y pluma en la balanza divina del ser, por la salud y la santidad”. La mente mortal tiene la tendencia de pensar y hablar del lado equivocado de la cuestión, pero los chismes y hablar sobre el error no forman parte de la Ciencia Cristiana. El Científico Cristiano pone todo su peso del lado de Dios, el Espíritu, y mantiene “la canción de la Ciencia Cristiana” siempre dentro de él.

El único sanador es el Amor divino. Oremos para que este Amor more en nuestros corazones. Nuestro trabajo al demostrar la Ciencia Cristiana debe hacerse con mucho amor. Necesitamos amor en nuestras iglesias; amor en nuestra práctica; amor en nosotros mismos. Ninguna otra cosa sana; ninguna otra cosa alimenta el hambre espiritual, atrae al forastero a nuestras iglesias y resuelve los problemas del mundo.

En verdad San Pablo escribió: “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:4, 5).

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