Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

La presencia del poder de Dios

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 1º de noviembre de 2018


Hoy en día escuchamos hablar mucho acerca del poder. El mundo está pensando en el poder como nunca antes; y de su propia forma está desarrollando poder, tremendo poder, y se siente impresionado ante sus propias invenciones. Por lo tanto, la revelación de que el poder deriva del Espíritu, Dios, y es totalmente espiritual es de primordial importancia. Son de gran relevancia las palabras de Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, en el libro de texto, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras (pág. 454): "La superioridad del poder espiritual sobre el sensorio es el punto central de la Ciencia Cristiana”.

Espíritu y Amor son sinónimos en la Ciencia Cristiana, y el poder del Espíritu es el poder del Amor. La mente mortal dice que el odio es poder, un poder que en un momento de locura puede hacer explotar una bomba atómica que puede llevar a la destrucción de la raza humana. Pero ¿es esto así? ¿Es que no hay protección contra un poder así? Es más, ¿cuántos poderes hay? ¿Puede el Espíritu infinito tener un opuesto? ¿Puede el Amor divino generar odio? ¿Puede la oscuridad extinguir la luz?

El Espíritu es aquello que los sentidos corporales no pueden conocer. No pueden ver, sentir o tocar al Espíritu. No obstante, la Ciencia Cristiana revela que el Espíritu es omnipotencia, omnipresencia, omnisciencia; omni proviene del latín y significa todo. El Espíritu es todo el poder que existe, toda la presencia, toda la Ciencia o conocimiento o consciencia.

Todo avance en el conocimiento material, toda expansión del horizonte, toda ruptura de barreras ha venido en nombre del logro científico. Las limitaciones del tiempo, el espacio y el físico están cediendo a leyes que los sentidos no pueden ver. No obstante, el conocimiento humano o la llamada ciencia física nunca va más allá del reino de la materia. No puede superar la muerte o demostrar la vida eterna. Sin embargo, esto es lo que Cristo Jesús, nuestro Mostrador del camino, hizo y mandó a sus seguidores que hicieran.

El hombre, la expresión de Dios, es totalmente espiritual. No puede nunca estar fuera del Espíritu. Jamás está fuera del cuidado de Dios, nunca más allá de la ayuda de Dios. Y jamás es tocado o cambiado por nada que digan los sentidos físicos. El universo del Espíritu está por siempre sostenido en el dominio del Espíritu. Expresa la sustancia del Espíritu, la perfección del Espíritu, la ley del Espíritu. No existe ni un solo elemento destructivo en el Espíritu, porque el Espíritu es el Alma; en ella no existe decadencia, peste, acumulación de impurezas, no hay vista que falle, fuerza que disminuya, nada impide la acción. El Espíritu es la sustancia, la Vida y la inteligencia del hombre y del universo. Las obras maravillosas que Cristo Jesús realizó fueron una confirmación de esta verdad.

Todas las teorías físicas del universo, los cálculos de la ciencia natural, las teorías de la materia médica, las doctrinas de la teología escolástica, las creencias de que la vida y la inteligencia están en la materia o le pertenecen, finalmente deben dar lugar a la omnipotencia, omnipresencia y omnisciencia del Espíritu. “No hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Daniel 4.35). El Espíritu es el único y solo legislador; y la ley de Dios, la única ley.

La palabra Espíritu se deriva del latín spirare, respirar. De ella también proviene la palabra “inspiración”. De modo que el Espíritu es el Principio divino del universo y el hombre, que da vida. Es el hálito mismo de la Vida para toda su propia y vasta creación. Esta creación no es una interminable serie de criaturas, personas, cosas y objetos en los cuales el Espíritu infunde vida. Es la actividad auto reveladora del Espíritu, que existe y funciona eternamente dentro del Espíritu mismo.

 La Sra. Eddy no solo revela la totalidad de Dios. Ella pone al descubierto la nada del mal y descubre sus tortuosos caminos, y por esto el mundo le debe a ella una eterna deuda de gratitud. Ella indica claramente a través de sus escritos que mientras siga habiendo una creencia en el poder del mal, la Ciencia Cristiana debe seguir desenmascarando y destruyendo este aparente poder. Ella le da al mal el nombre de magnetismo animal, y expone las acciones del magnetismo animal, no para que le tengamos miedo, sino para capacitarnos para vencerlo. Ella lo expone para que podamos ver que es nada, no que es algo.

Jesús, nuestro Mostrador del camino, demostró que el Amor debía dominar todo elemento de odio, incluso la crucifixión misma; toda fase de la creencia humana —pecado, enfermedad, muerte, tiranía, tormenta, escasez— debe ceder a la presencia y el poder del Espíritu. Él probó que la vía de escape es el camino de la resurrección. No encontramos este camino ignorando el mal, tolerándolo o cediendo al mismo, sino reduciendo científicamente el mal a su nada por medio de una comprensión espiritual de Dios como Todo-en-todo.

El hecho de que el mal parezca tan rampante hoy en día, significa que la Verdad lo está trayendo a la superficie para ser destruido. Esta revelación no es algo para lamentarse, sino algo por lo cual regocijarse si es que nos hace más activos en la verdad, más alertas, más seguros de la totalidad de Dios. Y a menos que esto esté sucediendo, no estamos manejando la situación en la Ciencia Cristiana.

Nuestra defensa está en la espiritualidad. No hay otra. Una consciencia que no tiene ni siquiera un dejo de materialismo, permanece completamente indemne al magnetismo animal. Entonces cultivemos con diligencia la espiritualidad. Esforcémonos por alcanzarla, trabajemos por ella, oremos por ella. Nuestra Guía indica claramente en todos sus escritos la forma de hacerlo. Estas preciadas obras, junto con la Biblia, son los únicos libros de texto que el estudiante necesita o puede tener para instruirse en la Ciencia Cristiana. Es necesario estudiarlas, demostrarlas y reflexionar sobre ellas. Entonces la infinitud del poder de Dios nos revela su gloria.

La escritora recuerda una época cuando en su incipiente experiencia la presencia de Dios se transformó en algo tan vital que vivía con ella día y noche. La presencia divina era muy real, muy tangible, supremamente bella, y ella comprendió que parecía transcendental simplemente porque transcendía en poder y gloria cualquier cosa que pudieran ver e incluir los sentidos físicos. A través de los años, este sentido nunca la abandonó, pero debía desarrollarse y crecer. Tenía que percibir que la presencia de Dios no era una presencia divina con una personita finita que caminaba con seguridad debido a ella, sino que esta presencia constituía el Yo mismo de su existencia, puesto que el Espíritu es el Yo, o Ego, al que el hombre refleja. En La unidad del bien, la Sra. Eddy dice: “El Ego es la consciencia divina que resplandece eternamente a través de todo el espacio en la idea de Dios, el bien, y no en la de su opuesto, el mal” (pág. 51).

En la verdad que estas palabras revelan se encuentra la respuesta a los temores humanos respecto al ataque nuclear, la radiación y sus efectos negativos. Cuando la Sra. Eddy hizo su gran descubrimiento, la gente no hablaba de la radiación, no obstante, ella habla sobre el tema en Ciencia y Salud. Al referirse a las categorías de la llamada vida material, ella dice: “Estas falsas creencias desaparecerán, cuando la radiación del Espíritu destruya para siempre toda creencia de que la materia es inteligente”. Y luego agrega: “Entonces el cielo nuevo y la tierra nueva aparecerán, pues las primeras cosas habrán pasado” (pág. 556). 

La radiación del Espíritu —la única radiación que existe— es la "consciencia divina que resplandece eternamente a través de todo el espacio en la idea de Dios, el bien, y no en la de su opuesto, el mal”. Esta radiación es inofensiva, hermosa, benéfica. Incluso los tan temidos efectos negativos, de los que escuchamos tanto hablar, no son otra cosa más que los desperdicios del mal, una sugestión mental agresiva del magnetismo animal. Los mismos probarán no tener valor alguno ni poder alguno en la medida que la presencia y el poder del Espíritu sean comprendidos.

En el sexto capítulo de 2 Reyes leemos que cuando Eliseo y su criado estaban rodeados por los caballos y carros de un enemigo que buscaba destruirlos, el criado gritó: “¡Ah, señor mío! ¿qué haremos?”.

Y Eliseo respondió: “No temas, porque los que están con nosotros son más que los que están con ellos”. Y él oró: “Oh Señor, te ruego que abras sus ojos para que vea”. 

Y los ojos del joven fueron abiertos y vio, “y he aquí que el monte estaba lleno de caballos y carros de fuego alrededor de Eliseo” (La Biblia de las Américas). Fue la presencia de Dios, la radiación del Espíritu, manifestándose, como siempre debe hacerlo, como el poder de liberación, el poder y la presencia del bien.

En el Espíritu no hay atmósfera contaminada, pues el Espíritu exhala su propio aroma de salud y pureza, y nada nefasto puede entrar en esta atmósfera. En la infinitud del Espíritu la ponzoña no puede operar ni originar. No hay nada que la inhale o la exhale, que la crea o sucumba a ella.

El refugio del Científico Cristiano contra los efectos negativos es la consciente unidad con Dios, su comprensión de la infinitud del Espíritu y la nada de la materia. Y este refugio está siempre con él, porque esta comprensión es su propia existencia. Aquel que comprende a Dios espiritualmente nunca está separado de su refugio. La continuidad de Dios asegura la continuidad del hombre. Dios es inexpugnable y esto establece que el hombre sea inexpugnable.

El profeta Zacarías escribe: “‘No por el poder ni por la fuerza, sino por mi Espíritu’ —dice el Señor de los ejércitos” (4:6, La Biblia de las Américas). El poder del Espíritu, del Amor, es el poder más grandioso del mundo. No olvidemos esto. En la medida en que reflejemos este Amor, demostraremos el punto central de la Ciencia Cristiana, es decir, “la superioridad del poder espiritual sobre el sensorio”. Entonces probaremos que el Amor, no el odio, gobierna a los gobiernos y a las industrias, protegiendo los derechos humanos, la libertad y la vida. Este Amor no es un sentimiento humano que una persona siente por otra, una raza por otra o una nación por otra. Es el Principio gobernante irresistible e impulsor del cosmos.

Para aquellos que tienen oídos para escuchar, todo el universo está haciendo eco y resonando las melodías eternas de que el poder Le pertenece a Dios únicamente. No hay poder destructivo. “Una vez habló Dios; dos veces he oído esto: que de Dios es el poder” (Salmos 62:11).

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.