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Lo que me ayudó a mí, ayuda a mi hijo

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 7 de mayo de 2019

Se ha omitido el nombre de la autora para respetar la privacidad de las personas que se mencionan en este relato. 


Recuerdo muy claramente cuando vi por primera vez a nuestro bebé adoptado, Sean (no es su verdadero nombre). Él observaba ansiosamente cada uno de nuestros movimientos. Para nosotros, él era perfecto.

No obstante, a medida que crecía notamos que estaba constantemente listo para batallar con el mundo. Por ejemplo, si alguien accidentalmente lo llevaba por delante, a menudo reaccionaba con violencia. Después, recordaba muy poco de lo que había ocurrido. Y cuando lo corregíamos con cariño, se ofendía mucho, y sentía que nos habíamos puesto en su contra. Los estudios académicos también le eran difíciles, y lo hacían sentir aún más cohibido e inseguro. Me rompió el corazón escucharlo preguntar por qué no tenía ningún amigo o nunca lo invitaban a una fiesta de cumpleaños.

Me había resultado muy útil orar por todos mis hijos con regularidad, pero me di cuenta de que necesitaba afianzarme espiritualmente cuando cuidaba de Sean, especialmente. Una idea que significaba mucho para mí era el concepto de Dios como el Progenitor divino de todos. 

Hay numerosas referencias a Dios como “Padre” en la Biblia. Y Mary Baker Eddy, la descubridora de la Ciencia Cristiana, se refiere a Dios como Padre tanto como Madre en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. Yo oraba con frecuencia a este Progenitor divino para que me ayudara a saber cómo llegar a Sean y cómo ser más paciente cuando sentía que ya no me quedaba ninguna paciencia.

Cuando estaba realmente escuchando, sentía que el amor y la paz de Dios envolvían a todos en la familia, y me ayudaban a saber qué hacer y decir en una situación dada. Pero a veces tenía que orar con más intensidad. Un día, me sentí particularmente impotente y desesperada.

En medio de mis lágrimas de frustración, una pregunta me vino al pensamiento: “¿De quién es hijo él?”.

Esto me hizo parar en seco. Me di cuenta de que, si bien yo no estaba segura de los antecedentes de su madre biológica, me había aferrado a la idea de que la adicción a las drogas antes del nacimiento podía ser la causa del comportamiento de Sean. Esta pregunta me hizo ahondar más para entender su verdadero origen espiritual.

Ciencia y Salud explica: “Puesto que el hombre es el reflejo de su Hacedor, no está sujeto a nacimiento, crecimiento, madurez, decadencia” (pág. 305). Esto se basa en la idea bíblica de que somos hechos a imagen de Dios, el Espíritu, el Amor, la Verdad; del bien. Nuestro origen está en Dios, por lo tanto, debemos ser espirituales y perfectos como Él. Ni Dios ni Sus hijos pueden estar sujetos a las condiciones materiales. Al referirse al hombre –a todos– Ciencia y Salud dice: “Lo bello, lo bueno y lo puro constituyen su ascendencia” (pág. 63).

Me di cuenta de que la breve respuesta a la pregunta que me había venido era esta: Sean era el hijo de Dios, del Amor divino, el desarrollo del bien, la inocencia, la paz. Cada uno de nosotros está lleno de la luz y la bondad de Dios; listos para brillar y bendecir a todos los que nos rodean. Ninguno de nosotros está privado de esa luz y de ese poder.

Pensé en las numerosas formas en que Sean expresaba las cualidades de la Mente divina, tal como la inteligencia, y de pronto comprendí que nadie está limitado a expresar solo algunas de las cualidades de Dios. La fortaleza del Espíritu, la bendición del Amor infinito, la actividad de la Vida ilimitada, el orden del Principio divino, la gracia del Alma divina; todas estas cualidades están presentes en la verdadera naturaleza de todos.

Estas ideas eran extremadamente liberadoras. Las anoté y continué orando con ellas, en especial cuando las cosas eran particularmente difíciles.

Muy pronto, y tan naturalmente que casi no me di cuenta de que estaba sucediendo, pasaron varios días sin ningún incidente. Los días se transformaron en semanas. Las semanas en meses. La maestra de Sean se comunicó con nosotros para contarnos las cosas buenas que él estaba haciendo en la escuela. Comenzó a reunirse con amigos. Sus calificaciones mejoraron. Ahora, hace ya más de un año, continúa siendo un niño feliz, bondadoso y seguro de sí mismo. Cuando Sean y yo entramos en el auto para ir a la fiesta de cumpleaños de un compañero de la escuela por primera vez, sonreí y dije un callado y sincero “Gracias” a nuestro Padre-Madre divino.

Sé que este no es el final de la historia. Ser padre es una continua aventura de amor. Pero me siento agradecida por comprender cada vez más de quién somos hijos todos realmente.

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