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Realización, no infortunio

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 10 de enero de 2019


"El hombre ... está perpetuamente dando testimonio de la grandeza y las infinitas posibilidades de la existencia” 

¿Quién no anhela sentirse realizado en su experiencia? Sin embargo, con demasiada frecuencia el correr de los años parece traer tristeza e infortunio. Pero esto no debería ni necesita ser así, porque no está de acuerdo con la naturaleza de Dios, quien es el bien infinito y no tiene ningún elemento destructivo.  

Al considerarlo bajo la luz de la Ciencia Cristiana, el capítulo cincuenta y ocho de Isaías tiene una belleza excepcional. Al instar a abandonar el ritual materialista, que con frecuencia oculta la sensualidad y la lujuria bajo el manto de la piedad, el profeta describe la falta de espiritualidad genuina. Él muestra que la espiritualidad debe transformar nuestra vida, reflejándose en generosidad, pureza, obediencia y amor. Y agrega: “Entonces tu luz despuntará como la aurora, y tu recuperación brotará con rapidez; delante de ti irá tu justicia; y la gloria del Señor será tu retaguardia. Entonces invocarás, y el Señor responderá; clamarás, y Él dirá: ‘Heme aquí’" (Isaías 58:8, 9, LBLA).

Mary Baker Eddy, la amada Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana y su eterna Guía, no exige rituales a sus seguidores. Con su franqueza característica ella afirma en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Las exigencias de Dios se dirigen sólo al pensamiento” (pág. 182). Nuevamente ella dice, citando las palabras del Maestro a sus discípulos cuando ellos no lograron sanar en cierta ocasión (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 222): “‘Este género no sale sino con oración y ayuno’ (absteniéndose de admitir las pretensiones de los sentidos)”. Entonces, el verdadero ayuno es abstenerse de admitir las pretensiones de los sentidos, y es nuestro deber hacer este ayuno sin cesar día y noche.

Los sentidos instan a creer que el hombre es material, el hijo de una línea sin fin de ancestros humanos, que él comenzó con el nacimiento y se apresura hacia la muerte, y que entre estos dos puntos la vida humana está plagada de esperanzas malogradas, desilusiones, desesperación. Pero esto no es cierto. Dios es Espíritu, y el hombre a semejanza de Dios no es material; él es totalmente espiritual. Está gobernado por Dios y está sujeto a la ley espiritual únicamente. Él es eterno e inmortal, y existe para siempre en el punto de la perfección. La Ciencia Cristiana revela irrefutablemente que como el Espíritu es infinito, no puede haber materia. Y exige la prueba de esta verdad en nuestra vida diaria.

 El testimonio de los sentidos materiales es una sugestión mental agresiva. Actúa con tanta sutileza que con frecuencia lo aceptamos como nuestro propio pensamiento. La Ciencia Cristiana nos enseña a manejar la sugestión falsa, a expulsarla por medio de la negación, y de esa forma reducirla a su nada, mientras que nos aferramos firmemente a Dios y a Su idea, el hombre perfecto. En esto consiste el ayuno; exige constante vigilancia, constante obediencia. No puede haber una posición a medias en nuestra fidelidad al Principio divino.

Y ¿cuál es la recompensa? Primero, “delante de ti irá tu justicia”. No la edad y la desgracia, no el deterioro y la muerte, sino “tu justicia”; la belleza perdurable y la perfección espiritual de la existencia, se encuentran ante nosotros. El eterno YO SOY se expresa a Sí mismo eternamente en la vida, no en la muerte; en la perfección, no en el deterioro. La exigencia de la Verdad es que reclamemos esta perfección al aceptar la Mente de Cristo; que nos neguemos a hacer un compromiso con los medios materiales; que nos neguemos a darle realidad a la mortalidad y al temor. Esto exige una poderosa lucha y una poderosa regeneración espiritual, así como una introspección y purificación propia. Con este propósito, el estudiante de la Ciencia Cristiana se dedica al estudio profundo y constante de la Biblia y de los escritos de la Sra. Eddy. Estos son sus únicos libros de texto para la instrucción individual en la Ciencia Cristiana.

Y ¿qué hay detrás de esto? El profeta nos dice que el “Señor será tu retaguardia”. Toda la historia humana del pecado y el desaliento, de la enfermedad y la destrucción, todos los argumentos de un pasado irremediable, de separación y pérdida, desaparecen ante la luz de la totalidad de Dios. El hombre como reflejo de Dios no está sujeto a la condenación. Vive en el ahora del bien omnipresente, y detrás de él no hay nada excepto Dios.

Además, la promesa es: “Entonces invocarás, y el Señor responderá; clamarás, y Él dirá: ‘Heme aquí’". No hay postergación ni retraso. La liberación del Amor y la proximidad de la Verdad están por siempre cerca. Dios nunca espera para manifestarse.

El Maestro probó estos aspectos durante todo su ministerio. Su sublime comprensión de Dios y su constante obediencia lo capacitaron para probar irrefutablemente el poder divino para sanar. Él se identificaba a sí mismo tan inquebrantablemente con el Cristo, la Verdad, que se ganó el título divino de Cristo Jesús. Él era el Mostrador del camino; nos mostró cómo observar el ayuno, cómo negar realidad al error y reclamar nuestra filiación con Dios.

La Sra. Eddy, asimismo, reconoció estos aspectos. Ella no solo los expresó con gran belleza en todos sus escritos, sino que los demostró en su propia vida. Su carrera estuvo marcada por una victoria tras otra, a medida que un logro tras otro era inscrito en el escudo de su vida. El movimiento de la Ciencia Cristiana, con sus múltiples actividades que sanan y regeneran a la humanidad, es el monumento a la grandeza y realización de la obra de su vida.

En Ciencia y Salud, nuestra Guía escribe: "Si no fuera por el error de medir y limitar todo lo que es bueno y bello, el hombre gozaría de más de setenta años y aun mantendría su vigor, lozanía y promesa” (pág. 246). Hablando humanamente, la promesa se asocia con la juventud; muy rara vez la relacionamos con la edad avanzada. ¿Por qué no? Que cada uno se pregunte: "¿Quién o qué me está robando mi promesa? ¿Estoy ayunando? ¿Me estoy negando a aceptar el testimonio de los sentidos?”. El hombre a semejanza de Dios está perpetuamente siendo testigo de la grandeza e infinitas posibilidades de la existencia. Nuestro vigor es el vigor del Espíritu, al que el hombre refleja, nuestra lozanía es el perpetuo florecimiento del Alma.

La Ciencia Cristiana es la forma de efectuar esa realización. En las palabras de Isaías, nos habla a ti y a mí: “Serás como huerto regado y como manantial cuyas aguas nunca faltan” (58:11, LBLA); un jardín que produce fruto en abundancia, un manantial de vida inagotable.

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