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Para jóvenes

Rumbo al gran desconocido

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 1º de enero de 2018


Una de mis amigas se graduó hace unas semanas del bachillerato. Otra acaba de terminar el décimo grado. Las dos me dijeron recientemente que, si bien no veían el momento de que llegara el verano y todo lo que eso entraña, la vida de pronto parecía estar llena de incógnitas. Trabajos de verano y actividades en lugares nuevos con gente nueva. Y en el otoño, tendrían clases nuevas, una escuela nueva y, en el caso de una de mis amigas, una vida totalmente nueva.

 Yo comprendía cómo se sentían. Unos años atrás, yo había estado planeando un viaje a una zona que no conocía de los Estados Unidos, donde me encontraría con mucha gente nueva. Aunque había estado en situaciones como esa antes, en esta oportunidad, no lograba librarme de la preocupación por todo lo desconocido. ¿Encontraría mi camino? ¿Acaso conocería gente que me caería bien, y que yo les caería bien? Y en general, ¿estaría todo bien?

Me parecía natural orar por lo que me preocupaba, porque algo que había visto una y otra vez en mi práctica de la Ciencia Cristiana, es que podemos sentirnos seguros, felices y tranquilos, aun antes de ver el resultado de una situación. Esto no se debe a que la Ciencia Cristiana es una especie de pensamiento positivo en el que te convences a ti mismo de tener pensamientos buenos, mientras tus preocupaciones continúan efervescentes debajo de la superficie. En el pasado he comprobado que cuando oro al sentir miedo o temor, lo que ocurre es que escucho que Dios me consuela, me reconforta en cierta forma —con pensamientos sanadores siempre específicos para la situación de que se trate— porque Él es totalmente bueno, entonces todo acerca de Su creación debe ser totalmente bueno. Así que no tengo nada que temer. Luego siento de manera profunda, perdurable, que todo va a estar bien, aunque no sepa exactamente cómo va a resolverse todo.

Esta vez, cuando oré por este amenazante desconocido, le pedí a Dios que me ayudara a ver lo que Él veía. Me tranquilicé casi de inmediato cuando me vino al pensamiento que nada puede ser desconocido para Dios, que es la Mente infinita que lo sabe todo. Mary Baker Eddy percibe esta idea en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras cuando escribe: “Nada puede ser novedoso para la Mente eterna, la autora de todas las cosas, la que desde toda la eternidad conoce Sus propias ideas” (pág. 519).

En ese momento, tuve la poderosa sensación de que Dios conocía íntimamente cada detalle de Su creación, y la bondad, belleza y lógica de esa creación. Y puesto que soy una expresión de la Mente, también podía entender que nada acerca de la creación de Dios podía ser extraño para mí. Lo que la Mente conoce, yo también debo conocerlo.

Entonces ¿qué quiere decir esto, exactamente? No fue que de pronto tuviera una visión de la zona nueva que visitaría o de la gente que iba a conocer. Sino que sentí la firme certeza de que podía sentir familiaridad, armonía y paz dondequiera que fuera. Estas cualidades de Dios se expresan en toda la creación de Dios y en cada uno de nosotros; “el reino de Dios” que Cristo Jesús prometió está tanto dentro de nosotros como “cerca” (véanse Lucas 17:21, según versión King James, y Marcos 1:15).

El viaje que hice aquel año estuvo lleno de nuevos descubrimientos y sorpresas muy divertidas, pero también tuve una sensación de tranquilidad y confort que nunca antes había experimentado en situaciones nuevas de forma tan tangible. Todavía había cosas desconocidas, pero sentí que la guía de Dios me acompañaba todo el camino, y a menudo me encontraba en lo que parecía ser exactamente el lugar correcto, con la gente correcta y en el momento correcto. Sabía que esto no era una coincidencia, sino una evidencia que no importaba donde fuera, yo vivía, me movía y existía en Dios, la Mente divina, como dice la Biblia (véase Hechos 17:28, según LBLA).

Esto es verdad para cada uno de nosotros. Para mi amiga que este verano va a realizar actividades con gente que no conoce. Para mi otra amiga, que se está preparando para entrar en la universidad. Para ti, dondequiera que tu verano o el próximo año escolar te lleve. Esta sencilla oración, que muchos de nosotros conocemos desde niños, me recuerda a diario que “el gran desconocido” desaparece ante la realidad de la presencia de Dios: “Venga Tu reino. Tu reino ha venido; Tú estás siempre presente” (Ciencia y Salud, pág. 16).

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