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“Sagrada soledad”

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 3 de septiembre de 2020


En Escritos Misceláneos, la Sra. Eddy escribe: “En sagrada soledad, la Ciencia divina evolucionó la naturaleza como pensamiento, y el pensamiento como objetos. Este poderoso Principio supremo lo gobierna todo en el reino de lo real, y es ‘Dios con nosotros’, el YO SOY” (pág. 331).

Se habla mucho de la necesidad de tener compañía y de la desdicha de la soledad, pero se piensa o se dice poco acerca de la belleza de tratar de estar solo y del lugar esencial que esto ocupa en el desarrollo espiritual de cada persona. Jesús pasaba noches orando, solo en el desierto o en una montaña. San Pablo nos dice que estuvo durante algún tiempo, posiblemente tres años, en Arabia después de su visión del Cristo. Moisés estuvo cuarenta días y cuarenta noches en el monte a solas con Dios.

Hoy más que nunca necesitamos cultivar la “sagrada soledad”, estar a solas con Dios y nuestros pensamientos. Los inventos modernos han hecho de la soledad y la tranquilidad algo que es preciso buscar. ¿No está la mente mortal consciente de que el pensamiento cristianamente científico es su destrucción, y no se esfuerza por cegarnos a la necesidad de tener tiempo para pensar tranquila y sistemáticamente? De esta forma, se reviste la soledad de un aspecto poco atractivo, y muchos de nosotros le tenemos miedo al desierto, al aislamiento que debemos encontrar en nuestro camino desde un sentido material de las cosas hacia el espiritual. Pero en esa soledad, Dios nos está esperando para hablarnos. Mientras clamamos por la compañía de nuestros compañeros mortales, no podemos escuchar la “voz callada y suave”; pues Dios nos habla como lo hizo con Elías, como lo expresa bellamente una traducción moderna, con “un sonido de apacible quietud”. También debemos estar quietos para saber que Dios es, y cultivar la tranquilidad de espíritu, un reposar en la presencia del Señor. Cada uno de nosotros encuentra en lo más profundo de su ser el reino de los cielos; y “el propósito del Amor divino es el de resucitar el entendimiento, y el reino de Dios, el reino de la armonía ya dentro de nosotros”, escribe nuestra Guía en la página 154 de Escritos Misceláneos. Pero, así como un minero nunca encontraría el oro escondido en la tierra sin cavar en busca de él, nosotros también debemos sondear las profundidades de nuestra consciencia espiritual. ¿Y cómo podemos hacerlo a menos que estemos dispuestos a estar a solas con Dios? Es como si los mortales tuvieran temor a estar solos porque no saben que Dios está allí, en ese silencio. Al venir a nosotros sobre el mar tempestuoso de pensamientos inquietos y turbulentos, el Cristo, la Verdad, está diciendo: “Yo soy, no temáis” (Mateo 14:27). Es un hecho notable que luego que Elías, el profeta de Dios, hubo escuchado la “voz callada y suave” en el monte, encontró a su compañero y ayudante, Eliseo.

Quizás algún corazón, aunque hambriento de compañía humana, no esté dispuesto a estar solo sobre el monte ante el Señor, como lo hizo Elías, y escuchar la “voz callada y suave” de la compañía divina. En verdad, la compañía de Dios no es, por así decirlo, la segunda mejor opción. Con mucha frecuencia tememos que se nos pida que renunciemos a una alegría que atesoramos. Como lo expresó tan bellamente Francis Thompson:

Aunque conocía Su amor que me seguía,
sin embargo, tenía gran pavor
no fuera que, al tenerlo a Él,
nada más pudiera yo tener. 
     (The Hound of Heaven [El sabueso celestial], traducción libre) 

Mientras que solo cuando encontramos a Dios encontramos Su expresión. Por tanto, la clave de toda alegría verdadera es el conocimiento de Dios. Para esto, necesitamos “la sagrada soledad”, tiempo para estar a solas y orar —no simplemente momentos arrebatados apresuradamente aquí y allá, sino horas consagradas de oración— tiempo para acallar el clamor de los pensamientos mundanos, buscando, deteniéndonos en los hechos espirituales de la existencia, no solo para obtener una curación muy deseada, una paz muy necesaria, sino para conocer mejor a Dios, así como llegamos a conocer mejor a nuestros amigos humanos si podemos estar a solas con ellos. Verdaderamente, la presencia de Dios, cuando estamos plenamente conscientes de ella, será más tangible que la presencia de cualquier amigo humano, una presencia divina en la que vivimos, nos movemos y respiramos, y de la cual el clamor de los sentidos busca constantemente privarnos.

El Cristo nos está diciendo a ti y a mí hoy, más que nunca: “Vayamos solos a un lugar tranquilo para descansar un rato” (Marcos 6:31, NTV), un lugar donde podamos aprender a descansar en la consciencia de la totalidad y omnipresencia de Dios, y descubrir la verdad de nuestro ser. Nuestra Guía nos dice en Ciencia y Salud que “Dios y el hombre, Padre e hijo, son uno en el ser” (pág. 361). Dios no ha dejado de hablarnos y, a medida que aprendamos a imbuirnos de esa consciencia espiritual, descubriremos que no se nos niega nada bueno. En las palabras del salmista podremos decir, con la profunda sinceridad de la convicción: “En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre”.

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