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Original Web

Seguridad al sentir la presencia de Dios

Del número de abril de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 12 de diciembre de 2019 como original para la Web.


Comprender que somos inseparables de Dios es un remedio en el que podemos confiar cuando necesitamos ayuda inmediata. La Biblia está llena de relatos y oraciones que nos enseñan acerca de la presencia constante de Dios y Su invariable amor y poder para vencer el mal con el bien, como leemos en el Salmo 139: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra. Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; aun la noche resplandecerá alrededor de mí” (7-11).

Un fin de semana, hace varios años, volé en mi pequeño avión monomotor desde el aeródromo cercano a mi casa, en Massachusetts, hasta un pequeño aeropuerto en la costa del sur del estado de Connecticut. Mi instructor de vuelo y yo íbamos a reunirnos para un entrenamiento de un día en instrumentos de vuelo (vuelos en los que deben usarse instrumentos para navegar). Yo era piloto privado y no tenía habilitación para volar con instrumentos; solo podía hacerlo en ciertas condiciones climáticas.

Tuvimos un buen día de entrenamiento, volando por toda la zona rural de Nueva Inglaterra, y luego regresamos al aeropuerto para dejar a mi instructor. Para cuando aterrizamos había anochecido, y se venía mal tiempo. No obstante, decidí que tenía suficiente combustible y, si partía de regreso a casa de inmediato, podría adelantarme al mal tiempo.

Cuando despegué, todo estaba tranquilo y la noche era hermosa. Estaba nevando y volaba a través de la nevada, pero las nubes de nieve estaban mucho más arriba, y la visibilidad para localizar los puntos de referencia abajo era relativamente buena. Pero esto no duró. Al volar hacia el norte, las nubes comenzaron a oscurecer tanto mi visión de la tierra como la visibilidad a mi altura. En cuestión de minutos me encontré en condiciones que yo no estaba preparado para manejar.

Comenzaron a venirme pensamientos de que era incompetente. ¿Sabía realmente dónde estaba? ¿Había ajustado correctamente los instrumentos? ¿Era capaz de mantenerme mentalmente tranquilo y controlar el avión? Recuerdo que respondía a esas dudas positivamente con un “Yo puedo manejar esto”. Pero entonces comencé a darme cuenta de que me abrumaba la sensación de que estaba entrando en una especie de trance, inducido claramente por el miedo. No lograba enfocar la mirada, mis manos traspiraban, y no podía tomar ninguna decisión lógica. En esta confusión, junto con la mala visibilidad, perdí el rastro de las referencias importantes en la tierra y, lo que era peor, empecé a imaginar que me había apartado del curso (lo cual no era cierto). Así que cambié la dirección en la que iba, esperando encontrar puntos de referencia conocidos y el curso correcto. Pero en esa niebla mental no me di cuenta de que ¡iba directo hacia el océano!

Me sentía tan estresado que tuve la tentación de ceder al trance, es decir, relajarme, sentirme en paz y cerrar los ojos y dormir en esa confortable niebla mental y con el zumbido del motor. Pero esto de inmediato encendió una señal de alarma para mí e hizo que tomara conciencia de que debía defenderme. Esa alarma apareció cuando me di cuenta de que las tentaciones de ceder y “sentirme en paz” en esa situación potencialmente peligrosa, eran similares a una experiencia que mi papá había contado cuando nos estaba enseñando a mis hermanos y a mí acerca de la naturaleza del hipnotismo o magnetismo animal.

En las lecciones que nos dio papá, él describió la experiencia de un amigo que había sido trapecista en un circo. Su amigo le había dicho que, debido a lo invariable y monótono de sus rutinas aéreas, una voz mental ocasionalmente le venía mientras actuaba y le sugería que simplemente se relajara y se dejara ir, que no necesitaba ser tan vigilante y preciso noche tras noche. Dijo que las tentaciones eran muy fuertes y también muy relajantes, pero que siempre podía identificar que las mismas no venían de él, y las vencía de inmediato refutándolas, insistiendo en que las sugestiones no eran su propio pensamiento, y que no las escucharía ni las obedecería. Sabía que sus verdaderos pensamientos venían de Dios y no tenían ninguna similitud con la naturaleza de estos pensamientos malévolos y egoístas.

Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, explica este fenómeno mental, el magnetismo animal, en sus escritos. En un artículo llamado “Caminos que son vanos”, en La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, ella señala la amenaza que presenta a menos que sea identificado y se demuestre su impotencia: 

“El magnetismo animal, en sus ascendentes pasos de maldad, seduce a su víctima con argumentos invisibles y silenciosos… El magnetismo animal fomenta la desconfianza suspicaz en lo que se debe honrar, el temor donde más fuerte debería ser el valor, la confianza en aquello que se debería evitar, el creerse a salvo donde el peligro es mayor; y estas deplorables mentiras, constantemente vertidas en la mente de ese individuo, la inquietan y confunden, echando a perder su buena disposición, minando su salud y sellando su ruina, a menos que la causa del daño sea descubierta y destruida” (pág. 211).

Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy dedica todo un capítulo a este tema, titulado “El magnetismo animal desenmascarado”. Este enseña acerca de la impotencia de las mentiras del hipnotismo o magnetismo animal de la mente mortal —la supuesta mente que sería una falsificación de la Mente divina, Dios— y el poder de comprender que Dios es nuestra Mente verdadera y omnipresente. La Sra. Eddy afirma allí: “Las verdades de la Mente inmortal sostienen al hombre, y aniquilan las fábulas de la mente mortal, cuyas pretensiones insustanciales y llamativas, cual tontas polillas, queman sus propias alas y se reducen a polvo” (pág. 103).

Cuando comencé a despertar y a darme cuenta de que el temor y otros pensamientos hipnóticos que se presentaban como si fueran mis propios pensamientos me estaban dominando, tuve el valor de gritar literalmente: “¡Dios es mi Mente! ¡Dios es mi Mente! ¡No puedo hacer nada por mí mismo! ¡Dios está aquí! ¡Ahora!”.

En ese momento el temor se disipó rápidamente. Fue como despertar de un sueño. La atmósfera en la cabina se volvió inteligente y tranquila, la Mente estaba presente; como si alguien hubiera introducido la manguera de una aspiradora a través de la ventana y succionado toda la neblina mental contaminada.

Miré por la ventanilla de mi lado y luego la carta de navegación que tenía en mi regazo, y supe exactamente dónde estaba. Me encontraba a un kilómetro y medio al sur de la Isla de Nantucket frente a la costa del estado de Massachusetts, en dirección al mar abierto. Así que regresé a tierra firme, y encontré y seguí mi rumbo original. La visibilidad también había mejorado, y comencé a identificar y localizar todos los puntos de referencia que necesitaba. Todavía había nubes y de vez en cuando precipitaciones, pero nada de eso oscureció mi ruta el resto del camino de regreso a casa.

Más tarde, al pensar en lo ocurrido, comprendí que la Mente omnisciente había estado conmigo todo el tiempo. Cuando recuerdo esta experiencia ahora, a veces pienso en este versículo: “Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo” (Salmos 23:4, LBLA). Es un recordatorio muy intenso de que jamás estamos separados del Amor omnipotente, la Mente divina, que siempre nos protege al proporcionarnos ideas inteligentes. Buscar protección y seguridad por medio de la mente mortal siempre será un campo fértil para el temor. Mientras que comprender con valentía que tenemos constantemente la Mente de Dios, bueno, eso es algo completamente diferente.

La aventura más grande es elevarse del punto de vista material acerca de la vida y la creación a la comprensión de la constante presencia y control que tiene el Amor divino sobre todas las cosas.

Ronald C. Collins
Hollywood, California, EE.UU.

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