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Una ley para uno mismo

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 4 de diciembre de 2018


Con tierna percepción de las necesidades de sus seguidores y una espléndida sabiduría, Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Científicos Cristianos, sed una ley para vosotros mismos para que la malapráctica mental no pueda dañaros ni cuando dormís ni cuando estáis despiertos” (pág. 442). La Sra. Eddy consideraba que esta admonición era tan importante que en su libro La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, ella advierte a sus seguidores dos veces acerca de este consejo, exhortándolos a que le presten atención a diario (véanse páginas 236 y 237). 

Entonces surgen las preguntas: ¿Cómo podemos ser una ley para nosotros mismos? Y ¿qué tipo de ley será? Una de las primeras cosas que aprende el estudiante de la Ciencia Cristiana es que el poder que le confiere esta nueva comprensión de Dios nunca puede ser usado con móviles egoístas o propósitos sórdidos. Nuestro gran Ejemplo, Cristo Jesús, probó que este es un ejemplo práctico para la humanidad cuando, al principio de su glorioso ministerio, reprendió y venció tres veces las agresivas sugestiones del mal, las cuales hubieran pervertido sus móviles y extinguido su demostración del Cristo.  

 Es una advertencia importante que la tentación, descrita en los versículos con que comienza el cuarto capítulo del Evangelio de Mateo, se produzca inmediatamente después que Jesús percibiera el elevado sentido de la divinidad de su misión con el que termina el capítulo anterior. La verdad que él demostró en esta victoria moral fue la verdad que más tarde lo capacitó para enfrentar la furia de los fariseos, caminar entre una muchedumbre enardecida sin ser visto, hablar con autoridad, alimentar a la multitud y calmar la tormenta.

 A veces el estudiante de la Ciencia Cristiana permite que el temor lo mesmerice; temor de que, como ocupa cierto puesto en una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, o en el Movimiento, pueda ser víctima de los celos de otras personas o del antagonismo del mundo contra la Verdad. Tal vez tenga temor de no comprender lo suficiente la Ciencia Cristiana como para defenderse apropiadamente, o de no tener la fortaleza o la habilidad como para realizar la tarea que se le ha asignado. Cualquiera sea el temor, es infundado, pues ignora la grandeza natural del ser que el estudiante refleja al reconocer que Dios es el actor y comprender que el actor y la acción son uno e inseparables. La promesa bíblica dice: “No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).

En Escritos Misceláneos (pág. 83), la Sra. Eddy hace esta esclarecedora declaración: “Ninguna persona puede aceptar la creencia de otra, a menos que sea con el consentimiento de su propia creencia. Si el error que llama a la puerta del pensamiento de usted se originó en la mente de otra persona, usted es el agente moral que está en libertad de rechazar o aceptar este error; de allí que usted sea el árbitro de su propio destino, y el pecado es el autor del pecado. En las palabras de nuestro Maestro: es "mentiroso, y padre de [la] mentira".

Aquí nuestra Guía muestra claramente el dominio que Dios nos ha otorgado y que podemos ejercer al negarnos a darle consentimiento al error. La exigencia de la Ciencia Cristiana sobre cada uno de nosotros es que tengamos integridad espiritual y rectitud moral. Entonces, con la autoridad de la comprensión, podemos negarnos a ser “un mentiroso” y padre de la mentira. Al ser rechazada de esta forma, la mentira desaparecerá de nuestra experiencia. No importa qué forma asuma el error, ya sea oscuridad, duda, desaliento, pecado, enfermedad o muerte. Una mentira no tiene ningún poder inherente para resistir la verdad o anularla.

Por encima del estruendo de los sentidos, más allá del alcance de la materia, la Ciencia Cristiana abre una puerta que ninguna creencia humana falsa puede cerrar y revela la eterna supremacía del Amor. En la sinfonía del Alma, el universo proclama el orden divino, y el hombre es sostenido en la música de las esferas. Él refleja el gobierno de Dios y, por lo tanto, es una ley para sí mismo de armonía, salud y bienestar.

No hay nada en el Alma de lo cual Dios pudiera desarrollar una ley de destrucción o deterioro. La ley de Dios es la ley eterna del bien. Los rayos de la Verdad penetran la oscuridad de la creencia humana y revelan la gloria celestial de Dios, eclipsando la malicia, la ignorancia y la superstición.

En constante humildad y oración, necesitamos estudiar y reflexionar sobre la Biblia y los inspirados escritos de nuestra Guía, a fin de que la Verdad pueda revelarse siempre en renovada inspiración y creciente grandeza a nuestro pensamiento expectante. Estos libros de textos son únicos y no necesitan un intérprete, puesto que en la Ciencia Dios se interpreta a Sí Mismo. Al comprender cada vez más la totalidad de Dios y demostrar a diario que el hombre es uno con Él, alcanzamos nuestra identidad espiritual a semejanza de Dios, y hallamos una inexpugnable defensa contra la malapráctica.

Las agresivas sugestiones de la edad y la mortalidad, de la presión y la falsa responsabilidad, de la apatía, el cansancio, el desaliento, la derrota, junto con todas las otras mentiras de la creencia falsa, ceden a la ley eterna del Cristo, a la ley por medio de la cual Dios mantiene por siempre Su propia manifestación inmortal de Sí Mismo. Allí no hay noche, ni ningún sentido oscurecido de temor o soledad.

Con gloriosa certeza la Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “La Ciencia divina, la Palabra de Dios, dice a las tinieblas sobre la faz del error: ‘Dios es Todo-en-todo’, y la luz del Amor siempre presente ilumina el universo” (pág. 503). Aquí se establece la ley de la creación, la ley que cada uno de nosotros refleja en la medida en que se asemeja al Cristo.

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