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Para jóvenes

Una nueva manera de orar que sana

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 2 de abril de 2018


Desde que era pequeña, siempre he orado por mí misma. En la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana he aprendido que Dios me ama y está siempre conmigo, así que cuando no me he sentido bien o he enfrentado otros desafíos en mi vida, siempre he sabido que puedo recurrir a Dios y sanar.

En una ocasión, cuando estaba en la escuela primaria, tuve un resfrío. Me quedé en casa y no fui a la escuela, y traté de orar por ello, pero no lograba sentirme mejor. Le preguntaba a Dios por qué estaba enferma y luego le pedía que me sanara tan pronto como fuera posible, como si Dios me hubiera dado la enfermedad en primer lugar, o supiera algo al respecto. Como yo era muy chica, todavía no comprendía totalmente cómo orar correctamente.

Pero, después de contarle a mi mamá cómo estaba enfrentando la situación, ella me sugirió otra forma de hacerlo. Me dijo que en lugar de pensar que estaba enferma, como si la enfermedad fuera mía o algo físico de lo que me tenía que liberar, podía pensar que la enfermedad era una creencia o una sugestión falsa. Como no viene de Dios, eso era lo único que podía ser, una mentira que realmente jamás podía ser verdad. Ella me explicó que, por ser la amada hija de Dios, que es completamente espiritual, la verdad era que yo nunca podía estar enferma. Lo único que está siempre presente es el amor omnipotente y supremo que Dios tiene por mí.

Mi mamá también me sugirió que una forma de orar que me ayudaría a mantenerme en el camino correcto sería leer Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, y luego realmente pensar y orar con algún pasaje que me haya llamado la atención. 

Pensando en esto, tomé Ciencia y Salud y lo abrí al azar. Me encontré con la página 391 y mis ojos quedaron fijos en este pasaje: “Cuando se supone que el cuerpo dice: ‘Estoy enfermo’, jamás te confieses culpable”.

Esta idea cambió por completo mi forma de pensar. Por primera vez, en lugar de sentir que tenía que sanar o cambiar algo, me di cuenta de que la enfermedad era una forma incorrecta de ver las cosas, y yo podía negarlo basada en mi comprensión de Dios. Esto me hizo pensar en la idea de estar de portero a la puerta de mi pensamiento, y reconocer que todo aquello que no pertenece a mi forma de pensar, porque no es semejante a Dios ni es bueno, puedo echarlo fuera inmediatamente. Aquella noche oré con esa idea antes de irme a dormir.

A la mañana siguiente, noté un cambio completo. No estaba enferma de ninguna manera y sentía que había descansado muy bien. Todas las sugestiones de enfermedad que había enfrentado el día anterior habían desaparecido por completo, y me sentía saludable y bien.

Lo que aprendí de esto es que Dios no hace que nos sintamos enfermos, cansados, lastimados y cosas por el estilo. Ese es un concepto equivocado. Así que para orar con eficacia no necesitamos pedirle a Dios que nos libere de algo, sino simplemente que nos ayude a vernos a nosotros mismos como Él nos ve: que ya somos perfectos.

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